La Cartuja de Parma del gran Stendhal
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París, 14 de septiembre de 2025. Día de la Santa Cruz. Querida Ofelia, Lta Ca literatura tiene el poder de marcar nuestras vidas y convertirse en el hilo conductor de nuestros recuerdos. E vuelto a leer tras seis décadas de haberlo hecho por primera vez, “La Cartuja de Parma”, la obra maestra de Stendhal, la que es para mí mucho más que una novela: es un puente a mi juventud, una ventana a la memoria y un refugio literario. Recuerdo con claridad aquellos días en La Habana a inicios de los años sesenta del siglo pasado, cuando tras salir de la Escuela Secundaria Básica Felipe Poey, mi grupo de amigos y yo nos dirigíamos con entusiasmo a la Biblioteca Juvenil de la Biblioteca Nacional. Era un ritual que repetíamos muchas tardes. Buscábamos las historias que nos transportaran lejos de la realidad, y fue allí donde “La Cartuja de Parma” llegó a mis manos por primera vez. La atmósfera de la biblioteca, rodeada de libros y susurros, se complementaba con la cercanía de una pequeña cafetería. Allí, entre refrescos y panqués, compartíamos comentarios sobre las lecturas, las tramas y los personajes. El ambiente, alegre y sencillo, contrastaba con la escasez que comenzaba a notarse en muchos otros lugares de la ciudad, haciendo que cada merienda fuera un pequeño lujo y cada libro, un tesoro. Volver a “La Cartuja de Parma” tras tantos años ha sido una experiencia profundamente emotiva. Más allá de la trama y el estilo de Stendhal, la novela ha adquirido nuevos matices en mi vida adulta. Ahora, con la perspectiva del tiempo, comprendo mejor las motivaciones de sus personajes y las complejidades de la sociedad que retrata. La historia de Fabrizio del Dongo se convierte en metáfora de la búsqueda personal, de la pasión y del desencanto. Esta relectura me ha permitido reconectar no solo con el texto, sino también con aquel adolescente curioso que fui en La Habana, inmerso en debates literarios y en la complicidad de la amistad. Las sensaciones de entonces se superponen con las de ahora, y la novela se convierte en un símbolo de continuidad y de identidad. La literatura y la memoria se entrelazan de forma inseparable. Libros como “La Cartuja de Parma” no solo nos ofrecen historias ajenas, sino que nos ayudan a revisitar nuestra propia historia. Cada página releída es un espejo de lo que fuimos y lo que seguimos siendo. En mi caso, esta novela es un recordatorio de tardes de aprendizaje, de sabores sencillos y de una adolescencia compartida en la mesa de una pequeña cafetería habanera. Releer “La Cartuja de Parma” después de seis décadas ha sido una celebración de la literatura y de la memoria. Es un testimonio de cómo los libros nos acompañan a lo largo de la vida y siguen ofreciéndonos nuevas respuestas. Aquellas tardes en La Habana, entre compañeros y panqués, siguen vivas en mí cada vez que abro las páginas de esta obra. Alejándome de la “Cartuja de Parma, te diré que terminé de volver a leer las 486 cartas que me escribió mi padre desde que salí de Cuba en mayo de 1981, hasta que mi amada madre fue llamada por El Señor el 23 de abril de 1988. Han venido a mi mente tantas personas, lugares sucesos, etc., de aquellos años. Un gran abrazo desde la hermosa Francia, Félix José Hernández.
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