La Estatua de la Libertad es el sueño de Bartholdi hecho realidad
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París,23 de agosto de 2025. Querida Ofelia, En la portada de mi libro cubano de Geografía de quinto grado, aparecía la Estatua de la Libertad. Tuve que esperar muchos años para que en mi primer viaje de París a New York, pudiera visitarla y por su interior llegar hasta el mirador situado al frente de su cabeza. Fue algo emocionante. En el siglo XIX, cuando el mundo cambiaba a pasos agigantados, una idea grandiosa comenzó a gestarse en la mente de un escultor francés decidido: Auguste Bartholdi. Famoso hasta entonces por su imponente “León de Belfort”. Bartholdi soñaba con crear una obra que trascendiera fronteras y se convirtiera en símbolo de los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Ese sueño, sin embargo, no se materializó de la noche a la mañana. Fueron necesarios 21 años de trabajo, desafíos técnicos, obstáculos financieros y persistencia inquebrantable para que la Estatua de la Libertad se alzara majestuosa frente a la ciudad de Nueva York. El nacimiento de la idea coincidió con el centenario de la Independencia de Estados Unidos, en 1876. Francia y Estados Unidos compartían una historia de apoyo mutuo en sus procesos revolucionarios, y la joven república americana representaba para muchos europeos los valores de democracia y libertad. Fue el abogado y político Édouard René de Laboulaye quien propuso un regalo monumental al pueblo estadounidense: una estatua que celebrara la amistad entre ambas naciones y sirviera como faro de esperanza para las generaciones venideras. Bartholdi, apasionado por la monumentalidad y por la simbología, tomó la propuesta como una misión personal. Viajó a Estados Unidos en busca del lugar perfecto para su creación y encontró en la pequeña isla de Bedloe, frente a Manhattan, el escenario ideal para su coloso de cobre y acero. El diseño de Bartholdi no era sencillo. Imaginó una figura femenina de 46 metros de altura (93 metros contando la base y el pedestal), vestida con una túnica clásica y coronada por una diadema de siete puntas, símbolo de los siete continentes y los siete mares. En su mano derecha, la antorcha de la libertad; en la izquierda, una tablilla con la fecha de la independencia de Estados Unidos, 4 de julio de 1776. Desde el principio, la construcción de la estatua planteó enormes retos. Se eligió el cobre como material principal para la estructura exterior, mientras que el esqueleto interno requería una ingeniería avanzada. Para resolver este desafío, Bartholdi contó con la ayuda del célebre ingeniero Gustave Eiffel, conocido tiempo después por la torre que lleva su nombre en París. Eiffel diseñó una estructura interna de hierro, similar a una columna vertebral, que permitía que la estatua resistiera el viento y el paso del tiempo. La manufactura de la estatua se llevó a cabo en París. Las enormes planchas de cobre fueron martilladas a mano sobre moldes de madera, dando forma a las distintas secciones del ropaje, el rostro y las extremidades. Cada pieza fue ensamblada y luego desmontada para ser enviada a Nueva York en barco. El proceso demandó miles de horas de trabajo de artesanos y obreros, y cada detalle fue cuidado con esmero para garantizar la monumentalidad y la elegancia de la obra. La financiación del proyecto fue otro obstáculo. En Francia, se organizaron rifas, galas y colectas públicas para reunir los fondos necesarios. Mientras tanto, en Estados Unidos, la recaudación para el pedestal enfrentó serios problemas. El propio Bartholdi viajó varias veces a Nueva York para promover el proyecto y convencer a las personas de la importancia de la obra. El periodista Joseph Pulitzer, dueño del periódico The World, impulsó una campaña nacional, alentando a personas de todas las edades y clases sociales a donar incluso pequeñas sumas. Finalmente, el esfuerzo colectivo rindió frutos y permitió completar la base de granito en la isla de Bedloe. La Estatua de la Libertad se concibió desde el principio como un símbolo de la amistad franco-estadounidense, pero pronto trascendió esa intención original. Su antorcha iluminó el horizonte de Manhattan justo cuando millones de personas inmigrantes llegaban de Europa en busca de una vida mejor. Para ellas, la silueta de la estatua significó esperanza, libertad y la promesa de una nueva oportunidad. El propio nombre de la obra, “La libertad iluminando el mundo” (“La Liberté éclairant le monde”), expresa el anhelo universal de justicia y derechos humanos. La estatua se convirtió en un monumento a todas las personas perseguidas que aspiraban a encontrar refugio y dignidad en un nuevo continente. Tras 21 años de sueños, esfuerzos y trabajo, la Estatua de la Libertad fue finalmente inaugurada el 28 de octubre de 1886. La ceremonia fue un evento de gran magnitud, con miles de personas reunidas en barcos y en la costa para presenciar la revelación del monumento. El presidente de Estados Unidos, Grover Cleveland, quien en un principio se había opuesto a destinar fondos públicos para el pedestal, estuvo presente y pronunció un discurso que reconocía la importancia histórica y simbólica de la obra. La inauguración fue acompañada por desfiles, discursos y celebraciones en toda la ciudad de Nueva York. La antorcha de la libertad comenzó a brillar como un faro visible desde el mar, y la estatua se consolidó como la imagen más icónica de la bienvenida a América. Con el paso del tiempo, la Estatua de la Libertad ha sido testigo de incontables capítulos de la historia mundial y norteamericana. Desde su inauguración, ha recibido a generaciones de personas migrantes, ha sobrevivido dos guerras mundiales y se ha convertido en escenario de manifestaciones y actos reivindicativos a favor de los derechos civiles. En 1924, el monumento fue declarado Monumento Nacional, y en 1984, Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. Ha sido restaurada y preservada en varias ocasiones, siempre manteniendo su esencia como símbolo de esperanza. Para Auguste Bartholdi, ver erigida su obra magna fue el punto culminante de su carrera y de su vida artística. Falleció en 1904, pero dejó tras de sí un legado imborrable. El León de Belfort, sus otras esculturas y, sobre todo, la Estatua de la Libertad, lo situaron entre las personalidades más influyentes del arte monumental del siglo XIX. Hoy, el sueño de Bartholdi sigue vivo cada vez que la antorcha se enciende al anochecer frente a Manhattan. La Estatua de la Libertad es mucho más que una obra de arte: es un emblema de la bienvenida, la libertad y la esperanza para todo el mundo. La historia de la Estatua de la Libertad es la historia de la perseverancia, la colaboración internacional y la fe en los ideales más altos de la humanidad. De la visión de Bartholdi al esfuerzo compartido de Francia y Estados Unidos, el monumento sigue siendo un recordatorio de que los sueños, incluso los más audaces, pueden hacerse realidad cuando las personas se unen por una causa común. Desde 1886, la estatua permanece erguida, inspirando a millones y recordando el poder transformador de la libertad. Un gran abrazo desde Francia cuya divisa es Libertad, Igualdad y Fraternidad, Félix José Hernández.
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