El gran filme francés «Un hombre y una mujer»
Compartir en Facebook
París, 7 de agosto de 2025. Querida Ofelia, Después de tantos años, volví a ver anoche este gran filme francés. Una historia atemporal de amor y sensibilidad cinematográfica, que me hizo recordar el cine Riviera de la calle 23 en El Vedado, La Habana, cuando la vi, y…en aquel momento nunca podía pensar que iba a visitar la playa de Deauville, en donde viven grandes amigos franceses. «Un hombre y una mujer» («Un homme et une femme») es una obra maestra del cine francés, dirigida por Claude Lelouch y estrenada en 1966. Este largometraje no solo marcó una época en la cinematografía europea, sino que se convirtió en un referente universal del romance en la pantalla grande, por su sensibilidad, su belleza visual y su innovador manejo de la narrativa y la música. A continuación, se explora a detalle su origen, trama, estilo, impacto y legado cultural. La década de los sesenta fue un periodo de gran efervescencia creativa para el cine mundial. En Francia, la Nouvelle Vague había renovado el lenguaje cinematográfico gracias a directores como Truffaut, Godard y Chabrol, quienes apostaron por historias cotidianas, diálogos frescos y una realización más libre e íntima. En ese contexto surgió Claude Lelouch, un joven cineasta que, tras una serie de fracasos iniciales, encontró su gran oportunidad con «Un hombre y una mujer». El guion fue escrito por el propio Lelouch junto a Pierre Uytterhoeven. La película se filmó con un presupuesto modesto, pero con una visión clara: crear una historia universal, sensible y visualmente novedosa. Lelouch apostó por un enfoque poético, enfatizando emociones y silencios, y por una fotografía que alterna el color y el blanco y negro para acentuar el tono emocional de cada escena. La trama gira en torno a dos personas marcadas por la pérdida y la soledad. Anne Gauthier (Anouk Aimée) es una joven viuda que trabaja como script en el cine, y Jean-Louis Duroc (Jean-Louis Trintignant) es un corredor de autos también viudo, padre de un niño. Ambos se encuentran por casualidad en un internado donde estudian sus hijos y, poco a poco, descubren en el otro una compañía inesperada y la posibilidad de volver a amar. A lo largo del filme, los protagonistas se enfrentan a sus recuerdos, sus miedos y la complejidad de rehacer sus vidas, al tiempo que el guion rehúye los clichés del melodrama. El romance entre Anne y Jean-Louis avanza con lentitud y cautela, reflejando la dificultad de dejar atrás el pasado y entregarse nuevamente a los sentimientos. Uno de los grandes logros de «Un hombre y una mujer» es su estilo visual y narrativo. Lelouch emplea una mezcla magistral de planos cerrados, tomas largas y encuadres íntimos, con una cámara que se mueve de manera fluida y natural. La alternancia entre color y blanco y negro, lejos de ser un mero capricho técnico, responde a una intención estética: el color suele asociarse a los recuerdos felices y a los instantes de esperanza, mientras que el blanco y negro refuerza la melancolía y la introspección. El montaje, a cargo de Claude Barrois, es ágil pero nunca frenético, dejando espacio al silencio y al tiempo, lo que dota al filme de una sensibilidad casi musical. Muchos diálogos son sustituidos por miradas, gestos o los sonidos ambientales —un tren, la lluvia, un motor de auto de carreras—, que subrayan el estado emocional de los personajes. La banda sonora, compuesta por Francis Lai, es sin duda uno de los elementos más recordados de la película. El tema principal, “Dabadabada”, con su estribillo susurrante e hipnótico, se convirtió en parte esencial del imaginario romántico del cine. La música no solo acompaña la acción, sino que a menudo la lleva, envolviendo a los espectadores en una atmósfera de ensueño y nostalgia. Los temas musicales aparecen repetidamente, como un leitmotiv que expresa lo que las palabras no pueden. La música de Lai, unida a las imágenes de Lelouch, crea un tejido emocional único que ha sido imitado y homenajeado en numerosas películas y anuncios a lo largo del tiempo. El filme debe gran parte de su potencia a las actuaciones de sus protagonistas. Anouk Aimée compone una Anne delicada, sensible y fuerte a la vez, capaz de transmitir el dolor del duelo y la esperanza de un nuevo comienzo con una mirada o una sonrisa apenas insinuada. Jean-Louis Trintignant, por su parte, aporta al personaje de Jean-Louis una humanidad auténtica, llena de dudas, ternura y vulnerabilidad. Ambos actores logran una química natural, sin excesos ni artificios, que convierte su historia en algo creíble y universal. La relación entre sus personajes se desarrolla con honestidad y sutileza, alejada de los tópicos románticos convencionales. Desde su estreno, «Un hombre y una mujer» fue acogida con entusiasmo tanto por la crítica como por el público. Ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1966 y, al año siguiente, obtuvo el Óscar a la Mejor Película Extranjera y el Óscar al Mejor Guion Original, además de otros reconocimientos internacionales. Su éxito fue tal que generó una secuela en 1986, titulada «Un hombre y una mujer: veinte años después», y una tercera entrega, «Los mejores años de una vida», en 2019. El filme influyó en directores y guionistas de distintas generaciones, y consolidó a Lelouch, Aimée y Trintignant como figuras indispensables del cine francés. Los críticos han señalado la modernidad de su propuesta y la profundidad emocional de sus personajes, así como la capacidad de Lelouch para captar la belleza de lo cotidiano y la dificultad del amor maduro. A más de medio siglo de su estreno, «Un hombre y una mujer» conserva intacto su poder de seducción. Lejos de envejecer, el filme se ha mantenido fresco gracias a su sinceridad emocional, su apuesta visual y la universalidad de su historia. A diferencia de muchas películas románticas, aquí el amor no es fácil ni inmediato, sino un proceso de redescubrimiento entre dos personas heridas. El estilo de Lelouch, con su ritmo pausado y su mirada compasiva, ha inspirado a cineastas de todo el mundo, y la banda sonora de Francis Lai sigue siendo un referente obligado en la música de cine. El filme es, además, un homenaje al poder de la memoria y la resiliencia, y un recordatorio de que el amor puede surgir donde menos se espera, incluso después de la pérdida y el dolor más profundos. «Un hombre y una mujer» es mucho más que una historia de amor: es un poema visual sobre la vida, el duelo, la esperanza y la capacidad humana de reconstruirse a partir de las ruinas. Su delicadeza, su originalidad y su honestidad la han convertido en un clásico atemporal, una obra que sigue emocionando y conmoviendo a las personas espectadoras de cualquier generación. En suma, el filme de Claude Lelouch es una joya del cine francés que invita a mirar la vida con otros ojos, a escuchar los silencios y a descubrir, en los pequeños gestos, la grandeza de la emoción verdadera. Su legado perdura no solo en la historia del cine, sino en el corazón de quienes han sentido alguna vez la magia de un encuentro inesperado y la promesa de un nuevo comienzo. Un gran abrazo desde la espléndida Ciudad Luz, Félix José Hernández.
Compartir en Facebook